“Sé que los únicos paraísos no vedados al hombre son los
paraísos perdidos”.
(Borges)
Cierto
es, cuando niño, el alivio que sentía al cruzar la línea divisoria
entre mi colegio religioso y la montaña colindante que los internos
llamaban “el paraíso”. En
numerosas ocasiones crucé aquella frontera para convertirme en fuera
de la ley y abrazar ese otro orden que reconocí
como centro y templo de una realidad a la que inexorablemente ya
pertenecía.
Con
el paso de los años, queda esta búsqueda de los indicios del
paraíso que me salvó de la oscuridad gracias a una certeza: la de
que el dios abyecto que me endosaron distaba un mundo de aquel que
reinaba en la montaña de mis correrías clandestinas.
It is true, as a boy, my relief when crossing the borderline
between my faith school and its neighbouring mountain which boarding students
called "paradise." Many times I crossed that frontier to become an
outlaw and embrace a different order that I recognized as the centre and temple
of a reality to which –inexorably- I already belonged.
Over the years, it remains this quest for the traces
of that paradise which kept me from the dark thanks to a certainty: the abject
god I was saddled with was far from the one who reigned in the mountain of my
clandestine forays.